Hablando de imposibilidades
Yo también quería ser princesa,
hasta los 12 me gustaba el rosa y soñaba con la silueta de un castillo,
pensaba en unicornios y creía que un día cualquiera podría combatir el mal
y rescatarte de cualquier villano.
Yo también dibujaba corazones en las contra portadas de mis cuadernos,
encerrando mi inicial con la del muchacho que me hacía sonrojar ese momento.
Yo también quería una flor eterna, risas y nieve del blanco más puro jamás visto,
que me llamen por su apellido,
que en las invitaciones me pongan como añadidura,
quería me pregunten cómo fue el día de la boda,
cómo elegimos el nombre de las mascotas o dónde vivir.
Yo también me imaginé cuidando las rosas de nuestro jardín,
tener un par de perros de raza y que seamos la foto perfecta,
de esas que ponen para vender los portarretratos,
luchar contra la rutina con vino en la mano, fuego en la chimenea,
lluvia golpeando en la ventana y el tema del momento sonando en nuestra habitación.
Hay mujeres que sueñan con lo que muchas toman de excusa para ir a terapia,
me dije mientras la veía secar el simulacro de un sentimiento que intentaba salir por su ojo derecho,
con ternura y seguro del reproche.
No le gusta jugar con pedazos de corazones,
pero siempre buscó mis latidos en otro pecho,
solo quería un “para siempre”, aunque sea dibujado a la orilla del mar,
aunque dure apenas tres semanas de verano,
aunque se desvanezca en la tercera borrachera, del cuarto mes, de una noche cualquiera.
Colecciona la primera rosa que le dan, me las enseña guardadas,
cada una en un libro diferente,
la mía la tiene como separador del libro de turno en su mesita de noche,
la huele, según ella aún conserva mi perfume,
nadie le tocó el alma,
de uno hasta ahora siente lástima, dos le ilusionaron,
sonríe mientras me dice que tres se tatuaron su nombre,
yo lo tengo en la memoria como el primer pensamiento al despertar,
cuatro olvidaron su cepillo de dientes,
cinco aún sueñan con ella,
en todos intentó perderse y encontrar ese sueño que le pintaron de niña,
así hasta reiniciar el inventario cada luna nueva.
La vida le condenó a zurcir besos con hambre hasta la tercera cita,
más allá de eso sería un pecado para mi memoria,
más allá de eso es jugar a la ruleta rusa sin tener la suerte del disparo,
más allá de eso cansa,
muchos recitan su nombre después de las tres de la mañana en los bares de la ciudad,
otros se acostumbraron a verla pasar, sin sonrisas en el rostro.
Yo la miro y recuerdo cuando la conocí,
bailaba en lugar de caminar, seducía con el aroma a flores,
no sabía fumar y tomaba dos cervezas cada tres meses en la reunión social de turno,
nunca nació para ser princesa,
me comentaba después de cada beso y le creí.
Su silueta dibujó muchos sueños míos,
aún recuerdo su labial de cereza, yo también la busqué en otros corazones,
debería sumar uno a los que se tatuaron su nombre.
Nunca fui de un solo lugar, intenté explicar,
como si ahora sirviera de algo esa excusa,
después de un tiempo debo marcharme,
tengo miedo a que la gente se quede con tanto de mí,
que me vea obligado a permanecer,
solo para no sentirme perdido.
Tengo el mismo desprecio de siempre a las jaulas,
pero todo el tiempo estuve equivocado,
las peores paredes son las que te pones a ti mismo,
pero eso debí contarle al psicólogo, le digo,
mientras confirmo ser uno más que lo necesitó.
Como si eso nos reiniciara la vida,
como excusa, como salvavidas,
como un último beso,
soñando en lo que nunca será, ni seremos.
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