Acechando un recuerdo



El reloj marca las ocho y tú todavía no llegas, te imagino con aquel vestido verde, con lilas en el cabello y en el alma, caminando hacia mí como si no me hubieras hecho esperar casi media hora, que larga es la espera sin ti, miro cada taxi con la esperanza que seas tú la que se baja, pero no llegas.

Son casi las nueve y yo he comenzado a pensar que no vendrás, otro día sin ti pienso y suspiro, mientras me quito la corbata que ha comenzado a asfixiarme, creo que en definitiva no vendrá le digo a la señora de la despensa, lo siento mucho me dice, sin apartar la vista del matutino, yo lo siento más y me pregunto ¿Hasta cuándo te seguiré esperando?, desde hace casi un mes cada miércoles me pongo la misma corbata, si esa la que me regalaste y te espero, desde las siete y media hasta las nueve.

Camino a casa con un cigarrillo en la mano, y me juro que este es el último miércoles que te esperé, será un jueves pesado pienso, en la oficina se especula qué pasa conmigo los miércoles, cómo es que los miércoles estoy tan jubiloso, tan lleno de vida, tan feliz y los jueves por el contrario no hay quien soporte estar a mi lado, si tan solo supieran que los jueves me dueles más que cualquier otro día.

Es miércoles nuevamente y como por inercia tomo de mi armario la corbata de siempre, pero hoy no te voy a esperar, así que me obligo a usar una diferente y tomo camino a la oficina, al salir, sin pensar me dirijo a nuestro sitio de encuentro, cada maldito taxi parece burlarse de mi al mostrar tu silueta en el asiento trasero, cruzada de piernas y jugando con mi alma en tus labios.

He pasado a las nueve por el mismo lugar y quien adivinaría que te vería ahí por última vez, carajo! Que linda estabas, a nadie le queda el vestido verde como a ti, Carla hoy en la mañana vestía ese verde, pero nadie como tú, he llegado a odiar ese color, si alguna vez te preguntan si existe en la faz de la tierra un ser humano que odie un color, recuérdame.

El corazón se quería salir de mi pecho para abrazarte cuando te vi bajar del taxi, todavía no entiendo porque ni siquiera reparaste en la gente, intentando ver si te esperaba, era miércoles, nuestro miércoles, me imaginé tropezando contigo en un beso interminable, imaginé que me preguntarías por la oficina, por la corbata, porque a las nueve y no a las siete y media como siempre.

Entonces lo reconocí, el muy cabrón no te tomó de la mano para caminar contigo, la ira inundó mis pupilas, un líquido extraño empezó a caer por mis ojos, quemaba, carcomía recuerdos y terminaba en mi boca, sabía a desconsuelo, te miró y sonreíste, así como lo hacías conmigo, maldita sea! Me dije, debes hacer lo mismo con todos, entonces sentí lastima por él, con el pasar del tiempo será a quien regalarás una corbata y un beso, tatuando un hasta pronto en el corazón del pobre incauto y supongo que tu llegarás a tu departamento y sonriendo harás una rayita más a tu historial de corazones rotos.

Vaya regalo de despedida, una corbata, como quien recomienda el suicidio, sabes perfectamente que no hay mucho después de ti, limpié mi rostro, me dirigí a la despensa, quitando el rostro del matutino la señora de la despensa me ha dicho que seguramente hoy habrá tormenta, ¿la vio? Pregunté buscando algo de comprensión, las tormentas siempre se sienten me dice, el aire se hace más frio, hasta huele diferente y las cicatrices duelen un poco más, asentí estirando el último billete que tenía en mi cartera, me despedí diciendo casi entre dientes, pero créame, después de una tormenta uno nunca es el mismo.

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